martes, 17 de marzo de 2015

DICEN QUE DIJERON QUE ANDAN DICIENDO QUE… Por Margarito López Ramírez

… a Daniel Vargas González, hijo de don Pedro Vargas Santos y doña Margarita González de Vargas, hermano de Felícitas, Adalberto, Martina, Eufrosina, Nicolás, Maximino, Simón e Isabel, hombre probo que tomó su primer resuello de vida en el hogar familiar asentado en el barrio “quieto” más conocido como Santiago en la ciudad de Tixtla de Guerrero, Guerrero, por poseer voz aguda y timbrada, le enjaretaron el sobrenombre de Gallo de Oro.  

De entre otras anécdotas que circulan en torno a la vida de quien fuera bohemio y trovador que en una ocasión hermanó su voz a la del renombrado cantante Javier Solís, se dice que él y sus “amigos de tocada”, diestros intérpretes y bailadores de sones de tarima, fueron invitados, por el ameritado maestro Florencio Encarnación Urzúa, a un acto público en el que ejecutaron sus instrumentos y cantaron La Iguana, El Zopilote, El Patito, El Gavilancillo y otros sones que, a la par de aplausos y expresiones eufóricas de los concurrentes, marcaron el acompasado zapatear  de parejas de bailadores que mostraron destreza y lucieron atuendos propios de su bailoteo sobre una tarima  que la gente llama “ La Chincualuda”. 


Más énfasis hay en las palabras de los narradores cuando afirman que, instantes después, aún en medio de la algarabía que produjera su participación impregnada de musicalidad y tradición tixtlecas, impulsados por una inquietud inexplicable que se apoderó de ellos, tras despedirse del maestro Urzúa y del público, abandonaron el lugar en donde tiempo después ocurrió un enfrentamiento funesto que ha quedado registrado en la historia como “La Matanza de Copreros” ocurrida en Acapulco de Guerrero el 20 de agosto de 1967, hecho que produjo 38 muertos y más de 100 heridos.

He aquí que la gente enterada de la magnitud de la masacre, cuando lo veía  transitar y participar en eventos culturales, diera en decir: “Quiso Dios que Daniel, sus compañeros del grupo musical y las parejas de bailadores salieran del edificio minutos antes de que sucediera la matanza. De no haber sido así, ¡Padre mío, Señor sacramentado!, otro gallo nos cantara, Y quién sabe qué le hubiera ocurrido a la tarima. ¡A esa,… por andariega y chincualuda”!